"¿A quién se le ocurriría convocar la reunión de los vecinos de la escalera un 31 de octubre? ¡Es la noche de ánimas!"
Este es el resultado:
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REUNIÓN DE VECINOS UNA NOCHE DE ÁNIMAS
Braulio, el pasante de la gestoría, había ido a recoger a Mercedes, su jefa, para que pudiesen llegar a la hora convenida para la reunión de vecinos del número 13 de la calle del Último Adiós.
En principio tenía que haber sido en otra fecha, pero coincidía con una fiesta que organizaba el municipio y se había cambiado al 31 de octubre a las 8 de la tarde. Referirse a la tarde era un decir, pues ya sería noche cerrada después del cambio de hora.
Había sido una tarde ajetreada en la oficina y Braulio llegó justo a tiempo de evitar una reprimenda, apenas un minuto antes de que Mercedes saliese de una reunión con unos posibles nuevos clientes. No se la veía muy contenta, por lo que Braulio evitó preguntarle cómo le había ido.
—¡Venga! ¡ Vámonos ya! —dijo muy seria Mercedes en cuanto entró en el coche—. Que se nos hace tarde.
Braulio no dijo nada, se limitó a asentir y se dispuso a conducir lo más rápido posible, pues solo faltaban quince minutos para la reunión de los vecinos y a nada que se complicase el tráfico no llegarían a tiempo. De hecho, aún yendo todo bien se retrasarían, aunque fuese poco.
Con todo, llegaron a tiempo de que la reunión de los vecinos empezase a la hora convenida, aun siendo los últimos en comparecer, que ya estaban presentes todos los vecinos interesados, reunidos dentro de la entrada del edificio.
Una vez intercambiadas unas breves salutaciones, se dispuso Mercedes a ir marcando los presentes en la lista de viviendas que Braulio le había pasado un momento antes. A medida que los apuntaba, Mercedes se fue animando. Lo normal era esperar a la segunda convocatoria para empezar formalmente, pues no se llegaba al quórum, pero en esta ocasión la asistencia era bastante numerosa y no haría ninguna falta. La verdad es que casi no cabían en aquel espacio.
No obstante, mientras apuntaba a los asistentes, a Mercedes le venía a la memoria que alguno de los pisos que iba apuntando tenían que estar vacíos o en venta. En concreto, había habido varios fallecimientos durante aquel año, pues muchos vecinos eran gente mayor, y no había habido ninguna modificación reciente en los recibos que pasaba cada mes de los gastos de la comunidad.
Más todavía, pensó que debía estar cansada, pues tenía la sensación de que veía como difuminadas a algunas personas, sobre todo las más jóvenes, que hacían poco que estaban en la escalera.
No obstante prosiguió con el orden del día que se había propuesto para la reunión: el estado de cuentas, las incidencias del año, escoger entre tres presupuestos para reparar el ascensor,...
El ambiente siguió tranquilo y los puntos se fueron aprobando por unanimidad.
Hasta que se llegó a la propuesta de pintar la fachada del edificio, donde la discusión no fue por cual presupuesto escoger entre los presentados, sino que se centró en el color que se escogería para hacerlo.
Las personas más jóvenes y buena parte de las de edad preferían un cambio respecto del actual, que les parecía algo apagado. Pero los más viejos se empeñaron en mantener el mismo color, pues era el que siempre habían visto y les resultaba familiar.
Después de un buen rato y viendo que no se pondrían de acuerdo, Mercedes optó por proponer una votación. Había calculado que ganaría la propuesta de cambiar el color, pero su sorpresa fue mayúscula cuando muy pocas manos se alzaron para votar eso mismo. Incluso le parecía a Mercedes que algunos jóvenes tenían el brazo sujeto al lado del cuerpo por algo medio fosforescente.
Si antes se notaba cansada, ahora ya empezó a encontrarse mal, se sentía algo mareada. La votación por mantener el color mostró casi todas las manos alzadas, algunas de manera normal, otras parecían colgar de la nada o de una especie de lianas espectrales.
Solo fue anotar el resultado de la votación, que Mercedes dio por concluida la reunión y les comunicó que en unos días pasaría una copia del acta a cada vecino. Estaba viendo demasiadas cosas raras aquella noche y solo quería irse lo más pronto posible a su casa. Hasta se le habían quitado las ganas de celebrar nada, aunque la tradición era comer, en familia o entre amigos, castañas asadas y boniatos.
—¡Qué lío! —exclamó Mercedes cuando salían hacia la calle— Por un momento he pensado que se iban a pelear entre ellos por el color de la fachada.
—Es lo normal, discuten, hasta alzan la voz, pero al final no pasa nada —repuso Braulio—.
—Sí, ya lo sé, pero es que tampoco me encontraba bien esta noche, no sé, me parecía que veía cosas raras.
—Bueno, no te preocupes por eso, no vale la pena. ¿Vamos para la fiesta?
—¿De qué fiesta me hablas? Anda, Braulio, déjate de bromas que hoy estoy muy cansada, no lo sabes bien. Llévame de vuelta hasta la oficina, que tengo el coche en el parking.
—Verás. Es que nos esperan en la fiesta del cementerio —dijo Braulio, ahora bastante serio—.
—¿Dónde? ¡Ni loca! Mira, que ya he tenido bastante para esta noche, así que déjalo, ¿vale?
—Lo siento, pero esto va en serio, Mercedes —una sonrisa triste acompañó sus palabras—. Cuando veníamos a toda velocidad con el coche para llegar a tiempo a la reunión, hemos chocado de frente con un camión y el coche ha quedado destrozado. Ahora nuestro sitio está allí... para siempre.
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Gracias por leerme,
Selin