lunes, 23 de febrero de 2015

Sin escapatoria

Después de un tiempo sin participar en "Adictos a la escritura", vuelvo con una pequeña historia dentro del proyecto de febrero: Amor, amor...:


SIN ESCAPATORIA


Un movimiento entre las sombras fue el anticipo del peligro, atrapados por ambos lados sin saber qué era lo que se acercaba con aspecto amenazador.
La premonición de lo que pasaría la había tenido Paula la noche anterior. No hizo mucho caso al principio y ahora se arrepentía. Escondidos en un hueco, empezó a recordar cómo había ido el día hasta llegar allí:

Estaba nerviosa, intranquila respecto de la excursión del fin de semana. Y eso que también estaba ilusionada con la idea de pasar dos días románticos lejos de todo y de todos. Bueno, románticos y algo más también. Ni ella ni Alex desperdiciarían tan buena oportunidad.
Se justificó recordando que había pasado mala noche. Una pesadilla, de la que recordaba poco más que fragmentos dispersos, la había alterado y luego apenas pudo conciliar el sueño.
La mañana en la oficina estaba entretenida con las interrupciones provocadas por los comentarios de las compañeras de trabajo sobre la festividad de San Valentín. No era su día y su participación se limitó a poco más que escuchar sus propósitos y expectativas, intentando que su desgana pasase desapercibida con los mínimos comentarios para no parecer descortés.
Se escabulló cuando llegó la hora de comer. Si salía con ellas, estaría demasiado expuesta a sus miradas inquisitivas y no se veía con ánimo para explicaciones. Luego volvió rápido y siguió con la rutina diaria del trabajo.
Estaba recogiendo cuando entró en el móvil una llamada de Alex. La aceptó y antes de que pudiese decir nada escuchó su voz impaciente:
—¿Piensas quedarte ahí toda la tarde?
—Hola a ti también, ¿qué te pasa?
—¿Sabes qué hora es?
—Estaba recogiendo, chato, y si me entretienes, tú mismo, más que esperarás.
—Vale, Paula, perdona, lo siento…
—Déjalo, Alex, no pasa nada. En cinco minutos bajo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, te espero en la puerta. Chao.
Se quedó mirando el móvil, que marcaba la interrupción de la llamada. «Mierda, tendré que darme prisa para no cruzarme con todas en la salida». Sin esconder nada, prefería ser discreta y mantenía reserva sobre su vida privada. Lo cierto era que no le apetecía empezar a recibir los insidiosos comentarios que seguro surgirían si la veían con Alex. Sobre todo al acercarse esa fecha tan empalagosa de la que habían estado hablando todo el día.
Aún no habían pasado ni tres minutos que salió por la puerta principal. Arrastraba tras ella un roller mediano, que ya traía preparado de casa por la mañana. Vio que Alex estaba en la acera observando el tráfico, tan absorto como ausente a su llegada. Se acercó por detrás y le apeteció darle un pequeño empujón al verle tan tranquilo después de haberla acuciado unos minutos antes y ponerla más nerviosa de lo que estaba.
—¿A esto tanta prisa?
Alex se giró con un sobresalto.
—No, yo no… Es que no te he visto llegar…
—Eso ya lo veo —le dijo y continuó mientras le examinaba el rostro—: ¿Con qué estabas así de embelesado?
—Nada, estaba esperando y nada más. —Cada vez estaba más incómodo con sus vanos intentos de justificación y pensó que lo mejor sería que empezasen la excursión cuanto antes—. ¿Vamos? —Señaló hacia donde estaba el coche aparcado  y se puso en marcha.
Le alcanzó enseguida y siguieron juntos hasta el hueco de la zona azul donde estaba aparcado el vehículo.
Alex abrió el portón trasero. Era un coche pequeño y el maletero tenía las dimensiones en consonancia. Paula acomodó el roller en el mínimo hueco que dejaban en un rincón los bultos de la mochila y la tienda de campaña. Subieron al coche y se pusieron en marcha hacia su destino.
El tráfico resultó más fluido de lo que se podía esperar de un viernes por la tarde y todavía llegaron con luz de día al interior del parque natural. El lugar que había escogido Alex quedaba resguardado en una arboleda, muy cerca de una presa, que se veía al fondo y que estaba llena, casi a rebosar.
—¿Estaremos bien aquí? —preguntó, mirando alrededor—. ¿No habrá mosquitos, verdad, ni arañas? —Al mencionar los bichos, miró alrededor, mientras se encogía como si así pudiese evitarlos.
—No creo que haya mucho bicho todavía, ha hecho bastante frío hasta ahora —respondió en un intento de tranquilizarla.
—Bueno, ya veremos, no me fío mucho.
—Antes de plantar la tienda, podríamos dar un paseo. ¿Te parece?
Era un intento de desviar la atención y atenuar la preocupación que asomaba en ella, una forma de continuar con buen ánimo la salida y evitar que se estropease desde un principio.
—Vale, veamos cómo es el sitio —Paula comprendió su intención y pensó que vendría bien un poco de relajación antes de acometer la preparación de la acampada.
Aún no habían sacado nada del coche. Se aseguraron de que no había nada a la vista y Alex lo cerró.
Dejaron atrás la arboleda y contemplaron el paisaje que se ofrecía ante sus ojos. Habían llegado pronto y todavía estaban solos. La presa parecía un lago de montaña rodeado de vegetación por casi todas partes; solamente si se miraba hacia la derecha, donde destacaba la línea recta del muro que coronaba la presa, se veía que era una construcción.
Llegaron cerca de la orilla, que casi lamía la linde del bosque. Un sendero permitía recorrer el perímetro, al menos en esta banda de la presa. El muro quedaba cerca, a unos cien metros de donde estaban, y llamó la atención de Alex.
—¿Paula, te parece que vayamos? —dijo señalándolo.
—¿No será peligroso, Alex?
—¡Qué va! ¡Venga, vamos, no seas cobardica!
Cedió, pero mientras se acercaban le volvieron algunas imágenes entremezcladas de la pesadilla que había tenido por la noche. Sintió de nuevo el desasosiego al rememorarlas: un lugar oscuro, cerrado, la perseguían en una carrera sin fin. Intentó animarse pensando que no era probable que fuese a ocurrir algo parecido en aquel lugar, ya que no se parecía en nada.
Llegaron enseguida al límite del muro, lo bastante ancho para tener un paso transitable hasta el otro lado. Aunque la represa era reducida, la vista hacia la parte inferior del valle impresionaba igualmente por la altura.
Después de recorrer un trecho y mirar las vistas alrededor, Alex se fijó en unas escaleras que serpenteaban hacia abajo donde se unía el paramento de la presa con el talud del terreno y enlazaban con una pasarela de la estructura a media altura.
—¿Has visto eso? ¡Se puede bajar por ahí!
Se asomó también para ver aquello. Sintió un sobresalto de premonición e intentó hacerle razonar:
—Deberíamos volver, Alex, que se nos hará de noche.
—Será un momento, enseguida volveremos —Para acabar de convencerla, añadió—: Un vistazo y nada más, ¿de acuerdo?
—Bueno, vale, pero solo un vistazo, que te conozco —No quiso reconocer que estaba un poco asustada, pero por dentro sentía repelús.
Fueron hasta el principio de la escalera y bajaron hasta la pasarela. Se veía segura. Era de obra y la barandilla metálica, aunque vieja, estaba en buen estado. Llegaron hasta cerca de la mitad del recorrido, allí había una puerta entreabierta y permitía acceder al interior de la mampostería.
—No, Alex, no —dijo enseguida para quitarle la idea—. Ya toca volvernos.
—Bueno, ya que estamos...
Iba a recordarle el pacto cuando notó movimiento hacia el extremo lejano de la presa. La luz ambiental había disminuido un poco y una oscuridad creciente se adueñaba de la zona donde estaban. No se distinguía bien lo que era que bajaba por las escaleras del fondo. Unos fulgores rojizos delataban su desplazamiento. El temor atenazó su cuerpo.
—Vámonos, por favor, Alex, tengo miedo —Tiró de él para que se volviesen por donde habían venido.
Se detuvieron al comprobar que por el otro lado, aquel del que venían, también bajaba algo parecido. Estaban acorralados. No tenían más opción que la puerta, que tanto podía ser refugio como encerrona.
—Ven, Paula, entremos aquí.
—¿Y qué haremos después?
—No lo sé, ya lo veremos. ¡Venga, vamos!
Cruzaron el umbral. Alex agarró la puerta e intentó cerrarla. Estaba encallada por la suciedad acumulada en el suelo y apenas se movió unos centímetros. Ahora escuchaban bastante ruido de voces y pasos.

Dentro del hueco donde estaban escondidos, Paula alumbró con el móvil. El pasadizo acababa cerca en otra puerta, cerrada. Vio recostado contra la pared un palo largo con una banderola de colores. De repente se oyeron lo que parecía disparos amortiguados, bastante seguidos. Duró un minuto escaso que se les hizo eterno. Luego, un instante de silencio roto por un griterío alborozado.
La curiosidad les hizo asomarse. Se acercaba alguien vestido con traje de camuflaje, casco y enmascarado.
—¿Quiénes sois vosotros? ¿Qué hacéis aquí?
—No... nosotros no.... arriba, la tienda... excursión —balbuceaba Alex, que todavía no se había repuesto del susto. Paula tampoco que le había agarrado y se refugiaba tras su espalda.
—Vale, no pasa nada. Que hemos montado una batallita y os hemos pillado en medio. ¿No os habremos asustado, verdad?
—¿Podemos salir?
—Si, venga, ya pasó el peligro —les dijo aguantándose la risa.
No esperaron más, salieron a la pasarela y subieron las escaleras hasta el llano superior. Entretanto había llegado más gente. Había varias tiendas plantadas.
Paula se giró hacia Alex:
—¿Hemos huido de una pandilla de descerebrados que jugaban a la guerra?
—Esto... pues...
—Es igual, ¿qué hacemos ahora? Porque no me apetece nada ponerme ahora a plantar una tienda. Y menos cerca de esos brutos, que a saber qué harán el resto de la noche.
—Si no recuerdo mal, siguiendo por la carretera hay un hotelito.
—Ya estamos tardando. ¡Vamos ya!
Llegaron hasta el coche, que seguía aparcado donde lo dejaron y bien cerrado. Entraron y recorrieron un par de kilómetros hasta encontrar el hotelito.
Había una habitación libre, aunque solo para esa noche, y se la quedaron. Subieron enseguida a recomponerse y curarse las heridas y magulladuras. La sangre seca ya había impresionado a la recepcionista, que estuvo a punto de llamar a la policía.
Media hora más tarde estaban descansando, cuando a Alex se le ocurrió decir:
—Por esta noche ya tenemos alojamiento.
—Sí, ya es algo.
—Pues sí. Por la mañana podríamos dar un paseo y ver donde podríamos acampar la próxima noche, ¿no te pa...?
No llegó a acabar la frase. El impacto de la almohada, que Paula le tiró a la cabeza, le hizo caer al suelo.



Selin

.

domingo, 22 de febrero de 2015

Reseña "Manuscrito en el tiempo", de Lucía Solaz Frasquet

"Manuscrito en el tiempo" es una novela de Lucía Solaz Frasquet que ha sido publicada por Sinerrata Editores.


Sinopsis (editorial):

En la Inglaterra de mediados del siglo XIX, Claire Gordon trata de aliviar un corazón roto y paliar las limitaciones de su época componiendo una fantasía medieval de príncipes y princesas, magia y misterio. Cuando Andrea, una estudiante española en el Londres actual, encuentra casualmente parte del manuscrito y algunas cartas de Claire, se lanza a una aventura destinada a desentrañar el misterio que rodea a la enigmática escritora y a recuperar el resto de la historia de Kirstiane y Derran. Pero Andrea también tendrá que emprender su propio viaje interior y recomponer su vida en un entorno extraño. En Manuscrito en el tiempo la vida de tres mujeres en épocas bien diferentes se entrelazan en una reflexión sobre la naturaleza del amor, la construcción de la identidad y el lugar que nos corresponde como seres independientes.


Comentarios:

Son tres historias intercaladas que nos producirán diferentes emociones hacia cada una de ellas, de manera que será muy fácil que, según nuestro ánimo, sintamos una predilección por una o por otra, lo que no representará ningún menoscabo, pues todas son merecedoras de atención por nuestra parte.

Si bien el romanticismo es el núcleo, cada una se desarrolla en una época diferente con su propio estilo y con unas condiciones apropiadas a tiempo y lugar. También son complejas y mientras también podrían presentarse por separado, así, en este conjunto tenemos una historia con varios niveles interrelacionados.

La pregunta que nos podríamos plantear es si no hubiese sido mejor unir este título y su continuación, “El retorno de los bardos”, en un único volumen. Para mí que ese sería su destino ideal, por más que el número de páginas se alejase entonces demasiado de las cifras normales que se barajan actualmente en la lectura digital, que incluso ya las de “Manuscrito en el tiempo” podrían ser muchas.

Un aspecto importante es el tratamiento muy natural de la sexualidad, que presenta unas relaciones de pareja donde importa menos el sexo y situación de cada persona que los sentimientos que las unen.

Aparte de que son historias románticas por encima de todo, cada cual sigue una línea definida. Así en la historia que sucede en la época actual es fundamental la intriga del descubrimiento paulatino de unos documentos que nos llevan a épocas pasadas, junto con las consecuencias derivadas. Por otra parte, la historia intermedia es la que me ha parecido menos desarrollada, ya que hay poco más que la historia romántica en sí, eso al menos por ahora ya que supongo que los flecos sueltos o ignorados tendrán su desarrollo más adelante. Y por último, la historia que presenciamos a través de los escritos de esa autora romántica desconocida, que nos lleva a una época legendaria donde la magia todavía tiene poder en los avatares de la vida.

Manuscrito en el tiempo” es una muy buena novela que subyuga al lector con sus diferentes historias unidas en una trama que nos proporcionará una lectura más que interesante, tanto que lo más fácil es que pensaremos en leer su continuación para seguir inmersos en un entorno que todavía guarda unos cuanto misterios.



Selin

.

sábado, 21 de febrero de 2015

Reseña "Play Room", de Patricia Muñiz

"Play Room" es una novela de Patricia Muñiz, publicada en digital por Underbrain Books.


Sinopsis (editorial):

Seila Dor, una dependienta de librería con poco dinero y muchas ganas de escribir, participa como conejillo de indias en un proyecto de realidad virtual, un simulador de fantasías eróticas destinado a convertirse en la estrella del ocio adulto. El prestigioso escritor Esteban Rey se interesará por su experiencia y le pedirá que la escriba siguiendo unas indicaciones muy peculiares.

Durante las sesiones, Seila conocerá al resto de participantes: un ejecutivo de nuevas tecnologías, una ama de casa, una estudiante de cine, un maduro vividor y un joven músico llamado Espina, junto al que descubrirá la cara más oscura de Play Room.


Comentarios:

Play Room” ya me había llamado la atención cuando me ofrecieron reseñar esta novela de Patricia Muñiz. Confluían varios detalles, entre los que destaca una portada sugerente, trabajo de Joan Marín, que consigue captar la mirada del lector, a la vez que estimula su imaginación.

Antes de seguir, advierto que esta nueva edición contiene algunos añadidos respecto de la primera. Esto lo hago por si acaso algún comentario resulta extraño a quien haya leído la novela con anterioridad.

Las aventuras de la protagonista, que muestra buena parte de lo que le ocurre a través de sus escritos, nos adentran en un juego de espejos que mezclan realidad con ficción sin una frontera definida ni palpable con claridad. Refuerza esa sensación el hecho de que esa misma protagonista cobre especial importancia hacia al final del libro con un texto propio que nos introduce aún más en la metaliteratura que llena las páginas de “Play Room”.

El formato también está cuidado, diferenciando los ámbitos en que se mueve la historia con una tipografía adecuada a cada uno, con un salto al pasado incluido para reproducir aquellas máquinas de escribir que nos traen tan entrañables recuerdos... a algunos.

La variación entre primera y tercera persona también persigue mostrar esos diferentes ambientes en que se desarrolla la trama.

¿Y sobre el sexo, qué? Pues desvergonzado, claro. Es lo más normal si tenemos unos personajes que son movidos a representar unas fantasías sexuales por la batuta que maneja una máquina que estrujará su mente para sacar lo más intenso que escondan, ya sea en el rincón más oculto o totalmente a la vista.

Play Room” es una muy buena novela que nos hará plantearnos bastantes preguntas sobre nosotros mismos y sobre la sociedad con la complicidad de una historia absorbente y que nos proporcionará una lectura interesante y muy entretenida.



Selin

.

viernes, 20 de febrero de 2015

Reseña "Andras, el Nigromante", de Athalia's

"Andras, el Nigromante" es una novela de Athalia's que participa en en uno de los book tour organizado por "Books around the magic world".


Sinopsis:

Desde que perdió a su madre cuando tenía cinco años, Ilías ha sido esclavo y ha sufrido en sus carnes toda clase de penurias y castigos.

Cuando ya ni siquiera piensa en escapar, un azar del destino le otorga un enorme poder y desde entonces ya no será Ilías, el niño esclavo, sino que será Andras, alguien poderoso.


Comentarios:

Es una historia con pocos personajes. El protagonista, en torno a quien gira la historia, y unos pocos secundarios con cierta participación. Incluso algunos de estos, como el resto de figurantes son desechables y son sustituidos a medida que dejan de ser útiles en los propósitos que alientan al personaje principal.

El odio y el rencor son las emociones dominantes en un protagonista que no se hace querer, tampoco es que lo intente ni le apetezca. Él mismo, cuando se le presenta la oportunidad, se sitúa por encima del bien y del mal. Si lo aceptas, bien; si no, acabarás odiándolo mucho antes de terminar la lectura.

La trama tiene un desarrollo lineal que recorre la historia del protagonista desde su primera infancia hasta el despertar a la vida adulta. Es posible que continúe más adelante, pues ya indica que es el primer volumen de lo que puede ser una saga.

La narración en primera persona incrementa la intensidad dramática del relato y muestra las emociones del protagonista, ya sean positivas o negativas, ante lo que le sucede.

Andras, el Nigormante” es una novela de fantasía que provocará la reacción del lector ante una lectura que no deja indiferente.



Selin

.

domingo, 15 de febrero de 2015

Reseña "La maldición de la bestia", de Gissel Escudero

"La maldición de la bestia" es una novela de fantasía autopublicada por su autora, Gissel Escudero.


Sinopsis (de la autora):

El conde Lucien Mallet es un hombre despreciable. Lo sabe y no siente culpa alguna por ello. Una bruja intenta cambiarlo lanzándole la maldición de la bestia, pero ser un monstruo tiene muchas ventajas, y Lucien se marcha a vivir una nueva y extraña vida. ¿Se quedará así por siempre, o el destino pondrá en su camino una posibilidad de redención?


Comentarios:

Si acaso el título no es suficientemente claro, la sinopsis prepara al lector para encontrarse con una variación sobre el tema del noble convertido en bestia abominable.

Una diferencia que, vista con perspectiva, tampoco parece demasiado descabellada. Vale que tiene alguna limitación, pero por lo demás casi ha salido ganando con la transformación.

Es una novela corta que muestra la solidez de la fantasía de la autora a través de una escritura cuidada, no en vano la autora incita a que se le descubra alguna errata, y una trama que mantiene un buen ritmo con el que atrapa al lector y le hará olvidar enseguida la previa provocación, pues preferirá disfrutar y sumergirse en la historia.

Como añadido, al final hay las sinopsis de otras obras de Gissel Escudero, además de un fragmento de una de ellas, lo que nos permitirá comprobar cómo se desenvuelve en otro registro a la vez que nos persuadirá para leer un poco más.

La maldición de la bestia” es una novela que, encuadrada dentro del género de fantasía, aunque presenta un buen realismo en su desarrollo, proporcionará una buena lectura entretenida a las personas aficionadas al género.



Selin

.

sábado, 14 de febrero de 2015

Reseña "Consuelo el Espiritista y el Enigma del Santero", de Ramón Cerdà

"Consuelo el Espiritista y el Enigma del Santero" es una novela de Ramón Cerdà que abre la colección Búho Verde, una serie de novelas cortas protagonizadas por Consuelo el Espiritista y escritas en primera persona.


Sinopsis:

Una clienta de las sesiones de espiritismo que realiza Consuelo ha muerto de una manera extraña en la consulta de un antiguo rival, el Santero, quien le acusa ante el comisario Gregorio de ser el responsable de su muerte.

Ante eso, Consuelo tendrá que demostrar sin duda alguna que es inocente, para lo que se pondrá a investigar por su cuenta, ayudado por su colaborador, el bloguero Gabo.


Comentarios:

El personaje de Consuelo, ese espiritista muy sincero, al menos consigo mismo, ya es un habitual en las novelas de Ramón Cerdà y en esta primera entrega de la colección Búho Verde adquiere el papel protagonista.

Como sea que la colección ha de tener continuidad, las peripecias de Consuelo no serán demasiado graves, aunque corra importantes peligros en sus actividades, que más bien son de víctima, antes que de investigador, de lo cual también ejerce, aunque sea para superar las circunstancias adversas.

El formato del libro, con una buena presentación y unas ilustraciones de Sergio García acordes con la historia, es atractivo y cumple con el objetivo de ampliar el público al que ya ahora llega el autor. En el formato físico hay el plus de la tapa dura, que le otorga una prestancia poco habitual en la actualidad. Personalmente me ha recordado las lecturas con unos libros, que tenían la vocación de perdurar a un lector primerizo.

En “Consuelo el Espiritista y el Enigma del Santero”, los lectores se encontrarán con una trama policíaca bien hilvanada, donde los hechos importantes están ahí, disponibles y entremezclados con otros accesorios. Igualmente es fácil que el final guarde alguna sorpresa, aunque siempre coherente con el desarrollo anterior de los acontecimientos.

Es una novela que proporcionará una lectura interesante y entretenida, tanto a los lectores que ya son seguidores de Ramón Cerdà, como a los que le descubran ahora.


Selin

.

lunes, 9 de febrero de 2015

Reseña "Corazón helado", de Lisa Hughey

"Corazón helado" es una novela de Lisa Hughey. Es la primera entrega de la serie "Familia Stone" y nos llega en una muy buena traducción de Anna Pol, de Authors Area.


Sinopsis (editorial):

Jess Stone, ex francotiradora del FBI, siempre se había sentido como una niña que miraba el escaparate de una confitería y no podía permitirse el lujo de entrar, pero durante una misión humanitaria de ayuda en un país devastado por un terremoto, por fin encuentra un lugar en el que se siente como en casa, en los brazos de Colin Davies y trabajando para Ayuda Humanitaria Global, la compañía de su hermano mayor. Pero, ¿podrá el antiguo miembro del SAS ablandar el corazón helado de Jess?


Comentarios:

Es la primera entrega de la serie de la familia Stone, cuyos miembros nos presenta Lisa Hughey reunidos en una escena, al principio de la novela, junto con algún  personaje más, que también tendrá su hueco más adelante.

Se trata de una novela corta, unas noventa páginas, que se mueve a través de una serie de escenas sucesivas, bien delimitadas, que transcurren la mayoría en un espacio muy corto de tiempo.

Con esos saltos en un número reducido de páginas y el necesario desarrollo de una trama que se ambienta en un entorno de ayuda humanitaria y buenas intenciones, queda poco espacio para la evolución de la historia romántica de la pareja protagonista. Así no es de extrañar que los encuentros sean intensos y tórridos.

Corazón helado” es una novela donde el erotismo se impone sobre el romanticismo y que proporcionará una lectura entretenida a las personas aficionadas al género romántico adulto.


Selin

.

viernes, 6 de febrero de 2015

Ven conmigo, relato publicado en Palabras No 14 Revista Literaria

En este número 14 de Palabras Revista Literaria aparece uno de mis relatos, "Ven conmigo", acompañado de un buen surtido de historias que os pueden resultar interesantes.

Podéis acceder al blog en este link, desde el cuál se puede leer o descargar gratuitamente la revista, que está alojada en Scribd e Issuu, además de otras opciones, detalladas en esa misma entrada.

¡Buena lectura!

Selin

.


martes, 3 de febrero de 2015

Reseña "El derecho a decidir", de Joan Ridao

"El derecho a decidir" es un ensayo político de Joan Ridao. Ha sido publicado por RBA Libros, tanto en papel como en formato electrónico.


El ejemplar que recibí para reseñar fue una versión pdf con el texto. En cuanto a la sinopsis, el contenido del libro expone los argumentos y las opiniones sobre el tema que tiene su autor.


Mis comentarios:

La mejor definición que cabe hacia el libro de Joan Ridao es la del camuflaje de un firme propósito sobre su deseo de la que debería ser la estructura política de Cataluña, pero dentro de la inocente apariencia de conceptos sociales y políticos universales.

El conjunto es un ejercicio programático de partido, mediante el cual se intenta presentar como imagen global  y completa de la realidad social, la que se proporciona desde un punto de vista con una marcada tendencia política, extendiendo además el grupo en el que se asienta a la mayoría de la sociedad catalana.

Tampoco es que eso venga de nuevas: todos y cada uno de los partidos políticos hace lo mismo. Aquí, allí y en todas partes.

Al leer con espíritu crítico, y advierto que sin sesgos personales, me veo en la situación del miembro del jurado que escucha el alegato del abogado defensor, que presenta a su defendido como un dechado de virtudes y ante quien hay que pedir disculpas por haberle puesto en tan denigrante posición. Luego parpadeo y se me pasa.

Estoy seguro que se cumple el propósito con el que se ha publicado “El derecho a decidir”, aunque tal vez difiera en cuál sea realmente. Para mí que no es tanto convencer a nadie, como presentarlo dentro del aparato del partido y ante una proclive opinión pública como una especie de internacionalización del conflicto, esa antigua treta de mezclar a cuantos más mejor para que haya una intervención externa que dé una mínima opción de conseguir un deseo, que de otra forma sería inalcanzable.



Selin

lunes, 2 de febrero de 2015

Una habitación para la eternidad, de Javier Núñez

En esta ocasión traigo una historia de Javier Núñez, en una iniciativa que ha supuesto su aparición en diversos blogs, entre ellos, este. ¡Buena lectura!


UNA HABITACIÓN PARA LA ETERNIDAD
por Javier Núñez
Correctora: Bea Magaña

Rafaela se encontraba sentada ante una pequeña mesa de madera ajada, llena de vetas y nudos oscuros, jugando una partida de solitario con una baraja española. Las cartas dispuestas sobre la superficie gastada estaban combadas y llenas de dobleces. Cogió una  del montón que sostenía boca abajo en la mano izquierda, le dio la vuelta y la examinó. Comprobó que se trataba del cuatro de espadas y la dispuso en la parte inferior de una de las hileras. Pese a moverse con gestos lentos y pesados, no necesitó detenerse a pensar dónde ponerla. Había jugado tantas veces aquellas partidas. Tantas miles de veces…
Alzó la vista y miró hacia el pequeño bulto que yacía tendido en la cama, inmóvil frente a ella. El armazón de esta era de un hierro tan deslustrado que ni siquiera la luz del sol que se colaba tímidamente por la ventana era capaz de arrancarle un destello. El hombre que se encontraba bajo las mantas estaba recostado sobre el lado izquierdo, de cara a la suerte de puerta de que disponía la habitación, y permanecía inmóvil durante tanto tiempo que podía inducir a pensar que estaba muerto. Solo que no era así. No allí. La realidad era que se hallaba tan débil que apenas era capaz de mover una ínfima parte de su propio peso.
Rafaela regresó a su partida de solitario. Al agachar la cabeza comprobó que, por sí misma, su mano derecha ya había comenzado a depositar una sota de bastos en la parte inferior de otra de las hileras. El resultado no era importante para ella. Le daba igual si completaba o no el solitario, pero la decisión de seguir jugando no le pertenecía. Continuaba haciéndolo porque no tenía alternativa. Arrojar las cartas contra el suelo y cruzarse de brazos no constituía una opción válida. Su margen de movimientos no podía ser más reducido. Con excepción de algunas pequeñas modificaciones conductuales sin importancia, todo escapaba a su control. Todo estaba escrito, y quien lo hizo había usado tinta indeleble. De la que perduraba en el tiempo, sin siquiera emborronarse.
El As de copas, la siguiente carta, no encajaba en ninguna de las siete hileras, así que la devolvió al montón y cogió otra. Jugó durante un rato más. Hasta que, poco a poco, el montón fue disminuyendo de grosor, y se quedó con menos de una docena de cartas en la mano. Colocó un tres de oros al final de la tercera hilera empezando por la izquierda antes de que la partida entrara en una fase de bloqueo insalvable y no le quedara más remedio que darla por finalizada. Las soltó boca arriba, sobre la mesa, y comenzó a recogerlas para empezar una nueva.
Aunque, en realidad, no tenía nada de nueva.
No necesitaba jugarla para saber que la próxima también la perdería. Pero, aun así, debía hacerlo. Debía jugarla. Como todas las anteriores, y como todas las que vendrían después.
Cuando volvió a quedarse bloqueada —esta vez con solo cuatro cartas en la mano—, retiró la silla de madera hacia atrás y se levantó. La anea entrelazada crujió cuando despegó el trasero del asiento. Se alisó la falda y se acercó al hueco abierto en la pared que hacía las veces de ventana. Al otro lado de los listones de madera que la delimitaban, el cielo era de un color gris ceniza a causa de las numerosas nubes que lo cubrían —incluso bajo ellos; como si la habitación flotara en el espacio—. A través de estas, el sol pugnaba por abrirse paso como un aguerrido soldado en medio del fragor de la batalla. Cuando lo lograba, sus rayos diluían la penumbra en que se hallaba sumida la habitación e iluminaban vagamente sus contornos. Al mismo tiempo, los rasgos de Rafaela mutaban y se transformaban en un cúmulo entremezclado de luces y sombras en su rostro surcado de arrugas.
La última vez que había examinado su reflejo en un espejo tenía el pelo entrecano, y sabía que eso no había cambiado. Ni ninguna otra de las características de su apariencia o condición física. Seguía teniendo una acentuada red de varices en las piernas, la verruga con forma de lágrima del párpado izquierdo, molestias en la parte baja de la espalda como resultado de toda una vida de duro trabajo. Porque en aquel sitio las cosas no variaban. No mejoraban ni empeoraban. Ya que allí el tiempo —y todo cuanto pudiera guardar relación con él— no ejercía la menor influencia. De hecho, literalmente, no existía.
Al cabo de un rato se volvió, atravesó la habitación y se detuvo ante la cabecera de la cama. La cabeza del hombre yacía apoyada sobre una fina almohada. Tenía los carnosos párpados caídos sobre los pómulos, el pelo corto, negro y despeinado, y una barba desaliñada que se amontaba en torno a sus mejillas y bajo su barbilla como un ovillo de lana después de que un niño hubiera estado jugando con él. Bajo esta se adivinaban con claridad unas mejillas hundidas, que hacían que los pómulos parecieran más prominentes y los ojos más hundidos en sus cuencas. Su nariz era ancha y estaba sepultada bajo un aluvión de venitas rotas: un rasgo muy común entre los alcohólicos.
Rafaela no tenía ni idea de cómo se llamaba. De igual manera que no sabía por qué compartía esa habitación con ella. Por su aspecto, daba la impresión de que había llevado una vida desordenada y poco saludable. Y el hecho de que hubiera terminado allí añadía un nuevo elemento a la ecuación: no había sido una buena persona. Como ella, al parecer. Por eso permanecían atrapados en una burbuja que no estallaba y que todo apuntaba a que nunca lo haría.
Sus intentos de entablar conversación con el hombre habían pinchado en hueso. Era consciente de la presencia de Rafaela, pero hablar resultaba ser una tarea demasiado ardua para él. Rafaela pensaba que, para terminar en ese estado, debía haber hecho mucho daño y dejado tras de sí mucho dolor durante el tiempo que su corazón había bombeado sangre a todos los rincones de su organismo.
El hecho de que no solo hubiera terminado allí, sino que su castigo fuese permanecer inconsciente la mayor parte del tiempo, le había encogido el alma. Pero eso solo había sucedido al principio. Los primeros días, por así decirlo. Luego había concluido que existían varios preceptos inviolables, cuyo quebrantamiento le hacían a uno acabar allí. Y que el hombre debía haberse llevado unos cuantos por delante, como un obstáculo en medio de las vías al paso de un tren de mercancías. Varios peldaños por encima de los que quiera que se le atribuyesen a ella, en todo caso.
El hombre sufrió el esperado ataque de tos y Rafaela lo recibió con tranquilidad, inclinándose sobre él y rodeándole el cuerpo con los brazos. Bajo los huesudos omóplatos, su piel estaba blanda y correosa, y despedía un tufo agrio semejante al de la leche de un brick olvidado en el fondo de la nevera, detrás de un bote extragrande de mostaza. Tiró de él y lo incorporó sin dificultad. La manta con que se cubría cayó sobre su regazo, dejando a la vista un torso descarnado que era poco más que pellejo, en el que destacaban dos gruesos pezones sonrosados rodeados de una mata de oscuro pelo largo y rizado.
Estuvo dándole palmaditas en la espalda, sin preocuparse por que le tosiera en la cara, hasta que se le pasó. Seguía resultándole tan desagradable como la primera vez, pero hacía mucho que había dejado de atender a remilgos. Cuando el cuerpo del hombre empezó a relajarse, Rafaela lo apartó de sí y lo recostó nuevamente sobre el colchón. Su boca abierta dejaba a la vista unos dientes amarillentos y picados, y un reguero de baba le rodeaba la boca y se le escurría por entre la barba. Boqueó varias veces, como un pez fuera del agua. Entonces, entreabrió los ojos y articuló un inaudible «gracias».
Rafaela no contestó. El simple hecho de que aquel hombre estuviera allí le despertaba un profundo sentimiento de animadversión.
¿Cuál era la historia de su vida? ¿Qué era aquello tan horrible que le había hecho terminar en ese lugar?
Aunque, si lo odiaba, ¿lo justo no sería que se odiara también a sí misma? No recordaba nada de su vida anterior. Todo su pasado se había borrado de su cabeza como una foto velada. Así que no podía saber qué acción o acciones la habían condenado a quedar atrapada en aquel sitio. Pero, en el fondo, eso era lo de menos. Un mero detalle sin importancia, porque recordarlo no cambiaría nada, partiendo de la base de que el pasado era inalterable.
El hombre había vuelto a dormirse, y Rafaela se giró hacia la puerta que tenía a su espalda. O la apariencia de puerta, más bien, puesto que carecía de picaporte, cerradura y bisagras. Al principio de estar allí —fuera cuando eso fuese— la había aporreado y pedido ayuda a gritos, pero nunca acudió nadie. Y era demasiado robusta para una mujer de sesenta y tres años con problemas de circulación en las piernas y artrosis en las articulaciones. No podría tirarla abajo ni aunque fuese de cartón prensado.
Fuera, el cielo seguía siendo de un gris plomizo, pero el sol había ido desplazándose hacia el oeste hasta desaparecer del campo de visión que le ofrecía la ventana, sumiendo a la habitación en una penumbra aún más intensa de lo que había habido hasta entonces. Volvió sobre sus pasos y encendió la pequeña lamparita metálica que había sobre la mesa. La bombilla de escasa potencia iluminó un círculo de unos tres metros de diámetro que confirió un aire ominoso a la habitación.
Cuando el hombre encamado sufrió un nuevo ataque de tos —la tos de un fumador de toda la vida—, Rafaela volvió a incorporarlo y lo mantuvo sentado hasta que se le pasó. Esta vez, el hombre no le dio las gracias. Quizá porque se había quedado definitivamente sin fuerzas. Al cabo, lo recostó con cuidado y lo arropó con la sábana hasta el pecho.
—No soy una mala persona —dijo, elevando una protesta a la habitación vacía de oyentes.
Cada vez que llegaba aquel momento exacto abría la boca y las palabras brotaban del fondo de su garganta, estranguladas por la angustia. No siempre decía lo mismo. A veces, la queja variaba. Solo que no sabía si estaba diciendo la verdad o únicamente algo que se empeñaba en creer. Muy probablemente lo segundo, habida cuenta de los resultados.
Regresó a la mesa de madera desnuda y cogió la baraja. Al principio pensaba que, al menos, su castigador había tenido la deferencia de concederle algo con lo que distraerse. Entonces, en cierto momento del ciclo, se le había ocurrido que los naipes eran el pretexto perfecto para todo lo contrario. Dado que allí no existía el tiempo, las partidas de solitario eran su referencia respecto a cómo este transcurría subrepticiamente, igual que un sosegado río subterráneo que discurriera bajo sus pies. A cómo avanzaba en una dirección para, de pronto, trazar un giro brusco y regresar al punto de partida, desde donde volver a empezar.
Mientras barajaba sentía los últimos rayos de luz en la espalda. Ya no calentaban, y apenas lucían. El día tocaba a su fin para dar paso a la oscuridad de la noche. La extraña sensación de no comer nada había quedado atrás en algún punto del camino. No tenía hambre ni sueño, porque allí no existían esas dos cosas. Siempre tenía el estómago satisfecho y el cerebro despierto. Como máquinas autosuficientes.
Cuando terminó de barajar dispuso siete cartas sobre la mesa y comenzó una nueva partida, pese a que aun antes de hacerlo ya sabía que iba a perderla. Y la racha se prolongaría durante cuatro partidas más. Otras siete y tendría que volver a levantarse para incorporar al hombre después de que este sufriera otro ataque de tos. Diecinueve antes de verse obligada a interrumpir el juego para hacerlo de nuevo. Veintiséis antes del que llegaría a continuación. En torno a ciento cuarenta antes de que el sol volviera a despuntar por el horizonte.
Entre tanto, la noche transcurriría silenciosamente a su espalda, salpicada de estrellas y con la luna desplazándose en el mar de brea en que se había convertido el cielo. Acabó la partida que estaba jugando y, con la mente en blanco, recogió las cartas y se puso a barajarlas mientras su mirada yacía perdida en un punto de la pared situado por encima de la cama del hombre al que le había sido encomendado cuidar.
Dispuso otras siete sobre la mesa y dio inicio a una nueva partida.
Había pensado mucho y detenidamente qué era aquel lugar antes de llegar a una conclusión. La detestaba, pero era la explicación más razonable de cuantas había valorado.
Estaba en lo que, en Occidente, se hacía llamar Infierno.
No había fuego ni olor a azufre por ninguna parte. Tampoco llantos desconsolados, gritos de dolor o súplicas, pidiendo misericordia. Nada de eso. Tan solo una habitación de la que no podía salir, con un hombre enfermo en una cama, unos naipes y una ventana que le mostraba el circuito cerrado de luz y oscuridad, de día y noche en que se hallaba atrapada.
Como una aguja de tocadiscos atascada en los primeros segundos de una canción, repitiendo la misma parte una y otra vez.
Repitiéndolos por toda la eternidad.
-FIN-

Gracias por leerlo. Espero que te haya gustado.
Puedes disfrutar de más lecturas gratuitas como esta en: