lunes, 19 de septiembre de 2011

Septiembre 2011: La fotografía

Hola de nuevo. La propuesta para este mes es utilizar una fotografía para escribir una historia, puedes leerla a continuación:

EL MISTERIO DE LAS FIGURAS ENVUELTAS EN TELA



Genaro y Martín cruzaban el parque, volviendo al trabajo después de haber comido.
—¿Lo has visto? —dijo Genaro, que se había parado de improviso.
—¿Perdona, qué decías? —Martín iba algo distraído.
—Aquello tapado con la tela. Encima de la balaustrada de ese edificio. Se acaba de mover.
—¡Bah! Habrá sido el viento allá arriba.
—Que no. Que ha sido como si se estremeciese.
—¡Venga ya! Eso deben ser figuras, parecen como unos jarrones grandes. No son más que elementos decorativos. ¿Cómo van a moverse?
—¿Y esas bolsas de tela que las cubren? ¿Para qué se las han puesto?
—Es fácil. Para protegerlas de la intemperie. Ya sabes: lluvia, viento, contaminación,…
—¡Claro! ¿Pero tú has visto eso en ningún otro sitio? Las estatuas y las figuras se muestran a la vista, no se esconden envueltas en unas bolsas de tela.
—Bueno, ¿y qué? ¿No querrás ponerte a investigarlo?
—Podríamos comprobar qué son realmente.
—¡Ya! ¿Y cómo?
—Entramos en el edificio y lo averiguamos.
—¿Tú te crees, Genaro, que el conserje nos dejará entrar así por que así? ¿Qué le decimos para que nos deje pasar?
—No lo sé, déjame pensar. ¡Mira! Ahí llega un grupo de gente y parece que van hacia la entrada. Vamos con ellos.
Junto a la entrada había un cartelón con la convocatoria de una conferencia. El grupo de gente se paró un momento, lo que aprovecharon Genaro y Martín para situarse junto a ellos. Enseguida salió un conserje que pidió al grupo que le siguiese.
Todos entraron en el edificio y subieron a la segunda planta. Antes de entrar en la sala de la conferencia, Genaro y Martín fueron al lavabo, situado en una esquina al fondo del vestíbulo de esa planta, haciendo tiempo para que se despejase.
Una vez seguros de que el grupo había entrado, pues ya no se oían voces, salieron y fueron hacia una escalera de servicio que había al lado y subía a la siguiente planta, donde estarían las golfas y se saldría al tejado, rodeado por la balaustrada en la que estaban las figuras envueltas.
Al llegar arriba, descubrieron que estaban en una pequeña sala que tanto podía ser un taller como un laboratorio, pues igual que había herramientas y un gran jarrón descansaba sobre una gruesa mesa de madera, también había frascos de cristal, con productos diversos, en una estantería y una mesa con instrumental de vidrio de laboratorio.
Estaban observando más de cerca el jarrón, cuando les sorprendió una voz a sus espaldas:
—¿Les puedo ayudar en algo, caballeros?
Se volvieron, algo sobresaltados. Un hombre, bastante viejo, que llevaba una bata blanca les miraba con detenimiento.
—Estábamos admirando este jarrón —respondió Genaro—. ¿Es uno de los que coronan la balaustrada exterior del edificio?
—Sí, lo estoy restaurando, pues ha sufrido algún deterioro. Cuando esté listo, lo repondré en su sitio de nuevo —explicó señalándolo, luego continuó con un tono más serio—. Ahora deberían irse, esta es una zona restringida.
—Gracias, perdone la intromisión, ya nos vamos —se disculpó Martín, mientras agarraba del brazo a Genaro, que aún quería seguir la conversación.
Bajaron hasta salir del edificio, el conserje les miró y pensó que se iban por que les debía aburrir la conferencia, así que no les dijo nada.
Ya fuera, se apartaron del edificio. Genaro volvió su mirada hacia arriba del edificio y la paseó de un lado a otro.
—Algo falla, aquel viejo no nos ha dicho la verdad.
—¿Quieres dejarlo ya, Genaro? Un poco más y llama a los de seguridad. Entonces si que tendríamos un problema.
—¿Te has fijado en que no hay ninguna plataforma libre en toda la balaustrada?
—¿Y qué? Tendrán algún jarrón de repuesto, ¿qué sé yo?
—No lo veo claro —decía ensimismado Genaro, incapaz de apartar la vista de aquellas figuras envueltas en tela.
—Es igual, ahora nos vamos para el trabajo, que seguro que nos están echando en falta —dijo Martín casi arrastrando a su compañero para alejarlo de allí.
Al finalizar la jornada de trabajo ya era tarde y anochecía. Las sombras daban un aspecto siniestro a las figuras envueltas de aquel edificio. La mente necesitaba muy poco para imaginar lo que fuese.
Genaro hizo tiempo para irse solo, de los últimos. Quería satisfacer su curiosidad y se acercó de nuevo al edificio. Volvió a pasear su mirada y notó que faltaba una de las figuras. Como era normal, a esa hora estaba cerrado. Comenzó a darle la vuelta y vio algo de movimiento cerca de una puerta lateral. Se apostó y desde allí vio como alguien sacaba un bulto, algo pesado pues lo arrastraba por el suelo, y luego lo echaba dentro de un contenedor, no sin cierta dificultad. Al girar para irse, Genaro reconoció al viejo con el que habían hablado.
Tras esperar un poco, se acercó a la puerta, comprobó que no estaba cerrada con llave, la abrió, entró y se encontró con una escalera que llevaba hacia arriba. Subió hasta el final y llegó hasta la misma salita donde habían estado antes. El jarrón seguía allí. Al fondo había una puerta, que parecía entreabierta. Genaro fue hasta allí, la abrió un poco, daba a una sala que estaba a oscuras. No vio a nadie y entró. Un momento después sintió un fuerte golpe en la cabeza, que le dejó inconsciente.
Cuando despertó, apenas se podía mover. Tardó en darse cuenta que estaba erguido. Intentó girarse, pero sus pies no pudieron obedecerle, estaba inmovilizado, pero no sabía cómo ni dónde.
Una voz sonó detrás suyo:
—Bienvenido. No, no hace falta que intentes girarte. Tampoco es que puedas hacerlo. Ahora ocupas el hueco que hace un rato estaba vacío.
Genaro intentó zafarse de donde estaba aprisionado, pero su cuerpo cada vez le respondía menos. Notó como se estaba paralizando por momentos y el terror se adueñó de su alma.
—Tú también estarás muy quieto —continuó aquella voz, cada vez más lejana, que le recordaba al viejo que había visto—, todo el tiempo, mientras me alimente de ti, hasta que estés totalmente seco. Entonces llegará el momento de estar aquí de nuevo, esperando que pase un curioso incauto por el parque y hacer un movimiento extraño para llamar su atención.
Después de las últimas palabras no hubo más que silencio. Genaro había perdido toda capacidad de movimiento. Ahora una nueva estatua viva ocupaba el lugar que había quedado vacío. La bolsa de tela mantendría la verdad oculta y también sería su mortaja.

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Gracias por leerme, hasta luego.


Selin






viernes, 16 de septiembre de 2011

Próxima cita: relato sobre una fotografía

La fecha escogida para la próxima cita de "Adictos a la escritura" es el próximo lunes, día 19. La propuesta es partir de una fotografía para desarrollar una historia.

Ese día publicaré una historia que toma como base unas fotografías que hice de unos elementos decorativos, que se muestran extraños al espectador, situados en el tejado del Pabellón Rosa, un edificio situado dentro del Hospital Casa Maternitat de Barcelona.

La idea la tengo, el desarrollo está a medias y aprovecharé el fin de semana para acabarla y también para pulirla un poco.

Hasta luego,

Selin



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domingo, 11 de septiembre de 2011

La pauta oculta de unos atentados en serie

¿Donde acaba la realidad y comienza la ficción? En esta historia no está definido, el futuro lo dirá:

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La pauta oculta de unos atentados en serie


Virginia había estado leyendo el artículo del periódico sobre el atentado de Oslo y su semblante mostraba con claridad la repulsa acerca de lo que describía el texto.
—Es horrible —se dirigió a Andrés, mientras seguía mirando el periódico—. ¿Cómo puede ocurrir algo así? —exclamó sin poder contenerse.
Él estaba algo distraído, pensativo, pero igualmente mostró un gesto de comprensión hacia sus palabras.
—Al menos el que lo hizo está detenido —continuó ella— y ya no podrá hacer más daño.
—Ese no… —concedió Andrés, en lo que más parecía un pensamiento que un comentario.
La pausa tras esas palabras llamó la atención de Virginia, que levantó la mirada hacia él. Al observarle, se dio cuenta de que algo le rondaba la cabeza y que con seguridad estaría relacionado con el tema. Se sentía intrigada y esperó un poco para ver si continuaba, pero él seguía en silencio.
—Ha sido terrible —comentó Virginia.
Pensó que si le mostraba interés, eso le podría inducir a que se abriese y expresase sus ideas con detalle.
—Una verdadera masacre —continuó.
—Sí, pero… —Andrés seguía taciturno.
No acababa de soltarse. Virginia quería saber, que se lo contase y comenzaba a impacientarse. Ya que él no parecía darse por aludido, cerró el periódico, se giró hacia él y optó por pasar a la pregunta directa:
—¿Qué es lo que piensas?
Andrés salió de su ensimismamiento y le devolvió la mirada.
—Que no ha sido algo aislado. Creo que forma parte de una serie.
—¡Venga ya! ¿A qué te refieres?
—Ahora ha sido Oslo, ¿no? Pues bien, el próximo lugar en sufrir un atentado será París.
No había esperado que fuese tan directo y Virginia sintió un sobresalto a la vez que sentía un regusto de mal cuerpo.
—No me asustes, Andrés, ¿de dónde has sacado eso?
—Seguro que recuerdas el atentado a las Torres Gemelas, ¿verdad?
—Pues claro, como no. —Virginia recordaba las imágenes con especial claridad, parecían recientes, aunque ya habían pasado varios años.
—Nueva York. 11 de septiembre de 2001 —Andrés recalcó la fecha—. Desde muchos ámbitos se especuló con que habían sido un lugar y una fecha escogidos con toda premeditación.
—Sí, claro, he oído mucho sobre eso. Ese 11 que se hizo omnipresente en todo lo que se refiriese al atentado: un día 11, la suma de los números del mes y el día también era 11. Y también más coincidencias, siempre en torno al mismo número. Pero la verdad, Andrés, siempre me han parecido muy forzadas esas teorías conspiranoicas.
Virginia no había entendido el afán por todas aquellas elucubraciones, pues parecían buscar una justificación en lo que era de todo punto inaceptable.
—Bueno, pues luego fue Madrid, el 11 de marzo de 2004. —Una expresión de fatalismo en el tono acompañó la afirmación de Andrés.
—¡Ya, claro! Otra vez un día 11 y también la suma de los números de la fecha da 11. Aunque esta vez se añadía la cifra del año para que cuadrase —Virginia añadió el comentario para dar a entender que no le gustaba esa necesidad por hacer presente la misma cifra—. Y ya por eso se llegaba a la conclusión de que estaba en relación con el anterior.
—Es posible que el lugar hubiese sido el mismo, pues era una continuación normal de la serie, pero esa fecha en concreto fue forzada por la intensidad con que se debatió sobre esa relación con el 11.
—¿Qué quieres decir, Andrés?
—Hubo demasiada insistencia en el atentado de Nueva York sobre las coincidencias asociadas a esa cifra, ese 11 que parecía fatídico, casi un símbolo de destrucción. Solamente era necesario acomodarse a esa pauta y encontrar una fecha apropiada, un día 11 donde también la fecha diese esa suma. Y desgraciadamente la encontraron.
—¿Pero eso de una serie? Yo no veo ninguna relación. —Virginia sentía como se había avivado su interés— ¿Por qué dices eso?
—¿Te acuerdas cuando te dije que sería mejor que no fuéramos a Londres?
Virginia había tenido ilusión por hacer ese viaje, una semanita al principio de las vacaciones. En ningún momento comprendió la cerrazón de Andrés, que no paró de poner pegas y todavía le molestaba pensar que tuvo que renunciar sin saber bien por qué.
—Sí, la verdad es que me molestó bastante que no me dieses un motivo razonable.
Al recordarlo de nuevo, notó como volvía parte del enfado que sintió. Hasta había pensado en irse igualmente con alguna amiga, aunque solo fuese por fastidiar, pero al final lo dejó estar por que... otro recuerdo le vino a la memoria, inducido por la conversación y en el que no había reparado un momento antes.
—Además... espera, justo en aquellas fechas también hubo allí un atentado... ¿No me dirás...?
—Sí, había imaginado la relación que podía existir, pero no me atreví a decírtelo claramente, Virginia. No quería preocuparte innecesariamente, que vieses más peligro del que pudiese haber, además que tampoco tenía la seguridad suficiente para expresarlo de viva voz.
—¿Y ahora por qué sí, Andrés? —Virginia sentía como la frustración anterior se transformaba, seguía sintiéndose molesta por lo que sentía como falta de confianza, pero también temerosa, intranquila por lo que viniese a continuación, aunque insistió en su demanda de explicaciones— ¿Qué es lo que ha cambiado para que me lo estés contando?
—Tengo miedo, creo que existe un plan tras esos atentados, que van a continuar y lo que se está preparando puede acabar con el mundo tal como lo conocemos.
Virginia miró a Andrés, que se mostraba alterado, su mirada nerviosa parecía irse a cada momento, por un momento la miraba y al siguiente se volvía hacia su interior o se perdía totalmente.
—¿No te parece que eso es algo excesivo? No creo que pueda ser para tanto —con sus palabras intentó rebajar la tensión que le notaba.
Quería tranquilizarlo, no le gustaba verlo con ese ánimo preocupado, pero  también sentía el deseo de saber lo que pensaba, quería que lo compartiese con ella.
—No lo sé, Virginia, de ninguna manera querría que ocurriese; pero me preocupa la posibilidad de tener razón, que eso que imagino sea cierto y pueda llegar a ocurrir.
—¿Y eso por qué?
—El problema no es avanzarse al futuro. No, lo peor es que se cumpla, pues no sabes hasta que punto puedes ser responsable de lo que ocurra después de que lo hayas dicho.
—Ahora me he perdido, Andrés, si existe ese plan, que lo ha organizado alguien, sea quien sea, tú no tienes nada que ver con eso. A ver, no te entiendo, explícate mejor.
—Aunque esté convencido de que existe ese plan, no sé si está desarrollado hasta el más mínimo detalle o solo en sus aspectos generales. En consecuencia, si predigo que algo puede ocurrir, me encuentro con que no sé si ocurrirá precisamente por que yo lo he dicho con anterioridad.
—Pero tú piensas que ese plan existe —le interrumpió Virginia—.
—Sí, así es, aunque  también puede pasar que algún atentado ocurra tal cual haya dicho, por que sin saberlo he aportado algún detalle crucial, algo que no se había previsto.
—Contra eso no puedes hacer nada, Andrés.
—Ya lo sé. Como tampoco contra que vaya a ocurrir igualmente, diga lo que diga.
—Pero también puede ocurrir lo contrario, Andrés, que precisamente por que lo digas, no pase nada o se quede todo en un intento—le contestó con firmeza Virginia—. Claro que entonces —ahora suavizó el tono, para evitar que se molestase— te podrían decir que te habías equivocado y no sé yo…
—Lo preferiría, de verdad, si sirviese para evitar o reducir sus consecuencias. Sería mejor pasar por alarmista o incluso por un iluminado paranoico, a que ocurra una masacre... o algo peor.
Virginia le veía preocupado, era una situación extraña y tampoco le veía muchas soluciones adecuadas, ya que comprendía que Andrés no se guardaría lo que pensaba, que intentaría hacer algo para evitar que sucediese lo que temía.
—De acuerdo entonces, Andrés, ¿pero me cuentas antes como has llegado a esas conclusiones?
Mientras le contemplaba, pensó que tal vez si se lo contaba a ella con todo detalle, no sentiría luego aquella imperiosa necesidad de denunciarlo y exponerse en público. No las tenía todas consigo sobre las posibles reacciones y bien sabía que hay gente que puede ser bastante ofensiva en sus comentarios.
—Vale. ¿Te has fijado en las iniciales de cada una de esas ciudades que hemos comentado?: N, M, L. Van seguidas.
—Bueno, esto, sí, eso parece. Pero están al revés.
—Justo, en sentido inverso a nuestro alfabeto. Es como si leyeses al contrario, de derecha a izquierda. ¿Lo ves?
—Sí —concedió Virginia—, pero no acabo de comprender a donde quieres llegar.
—¿Quiénes estaban detrás de esos atentados? Al Qaeda. ¿Y cómo se lee en árabe?
Un gesto de sorpresa apareció en Virginia al comprender la relación que proponía Andrés, esa lectura inversa que ahora sí se le aparecía con claridad.
De todas formas, todavía se le escapaba que pintaba París en esa serie, y ya no digamos Oslo.
—Pero antes mencionaste que París sería un objetivo y la verdad es que no veo como entra esa letra en la lista, pues está hacia el otro lado del abecedario.
—Cierto, tienes razón, Virginia, París pertenece a otra serie. Al principio solo se veía una, que tanto podía tener final como no tenerlo, ya que no llegaba a manifestarse con claridad suficiente. En cambio ahora son dos series y es cuando se puede discernir el final de cada una, pues están en relación mutua.
—¿Pero qué dices? ¿No crees que te estás pasando?
—¡Ojalá fuera así! De verdad, preferiría que todo fuese una coincidencia por puro azar y que pudiésemos vivir tranquilos.
Virginia observó como retornaba el semblante taciturno y la mirada de Andrés se volvía de nuevo hacia dentro.
También ella sentía el conflicto en su interior: quería saber y a la vez quería ignorar las terribles imágenes que acudían a su mente.
—Tú no crees que sea una coincidencia, ¿verdad, Andrés?
—No. Tal como te decía, al principio solamente había una serie y se podría seguir su desarrollo, pero sin saber si habría un final o seguiríamos sufriendo sus consecuencias.
—¿Y cómo tenía que seguir esa primera serie? —Virginia imaginó las iniciales, ordenadas inversamente, adjudicando los nombres de las ciudades que ya haba mencionado y dejando solas las siguientes.
—Ya has visto las primeras, una es muy representativa de su país, las otras dos son las capitales. Si ponemos dos más tendríamos N, M, L, K, J. Para la K se podría pensar que correspondió a Karachi, ya que allí ocurrió otro trágico atentado.
—La verdad es que dudo que atacasen ahí, Andrés, fíjate que es un país musulmán.
—El caso es que Pakistán es un importante aliado de Estados Unidos y eso le podía convertir en objetivo.
—Sí, eso es cierto, aunque es un concepto que me sigue pareciendo algo rebuscado —Virginia mantuvo su disconformidad, pues era algo que no le parecía lógico—.
—Puede ser, en realidad pienso que no hay una correspondencia correcta con las series y todavía está pendiente que otra ciudad que empiece por K sufra una desgracia.
—¿Pero cuál sería esa ciudad? No es una inicial muy común.
—Correcto, no lo es. Hay pocas ciudades por K que sean representativas o capital de un país.
—¿Entonces…?
—Ahí es donde interviene la segunda serie, pues ambas son complementarias entre sí.
—¿Y eso?
—Desde el primer elemento, la N, esa otra serie sigue el orden directo: N, O, P, Q, R.
—¿Quieres decir, Andrés, como los dos aleros de un tejado —apuntó Virginia para ver mejor la relación—, que cada uno baja hacia un lado?
—Pues sí, es una buena forma de representarlo. Bien, luego de París se llega a la Q. En ambas series, la K y la Q son el cuarto elemento. Sea donde sea que ocurra el primer atentado, el otro estará en relación y será su complementario.
—¿Cómo puede ser eso, Andrés? ¿Cómo pueden estar relacionados?
Si toda la historia ya era complicada, a Virginia le pareció como algo excesivo el hecho de que una elección influyese en la siguiente.
—Es algo muy complejo. A simple vista parecería que son hechos totalmente independientes, pues los autores en cada una de las dos series son individuos que provienen de grupos que vemos como totalmente enfrentados: extremistas islámicos por un lado, extremistas cristianos por otro.
—Pero si eso fuese así, tal como dices —Virginia intentó mantener el tono conciliador para que su desacuerdo no fuese tan patente—, ¿cómo pueden ser parte de un mismo plan?
—A los que actúan los utilizan, son peones al servicio de sus señores, que se aprovechan de su fe para conseguir su propósito.
—¿Y no se dan cuenta?
—Realmente eso les importa poco. Aunque se sientan utilizados, en su fuero interno sienten que están cumpliendo con una misión sagrada.
—No lo entiendo mucho, la verdad, pero es igual, Andrés, sigamos —le apremió Virginia a continuar—.
—De acuerdo. Una vez que hayan ocurrido esos atentados en esas ciudades, que ahora mismo no sabemos cuáles serían, llegamos al final de cada una de las dos series.
—¿No serán al mismo tiempo, verdad? —Virginia no pudo evitar la pregunta, se sentía impaciente—.
—No, la primera en ocurrir será la letra R, que imagino que corresponde a Roma.
—¿Esta sí la tienes clara, Andrés? —Virginia escrutó su rostro, quería saber si estaba convencido de ello o era una simple posibilidad—.
—Bastante. Esa ciudad es un símbolo para el Cristianismo, no tanto por ser la capital de Italia, sino por que allí está el Vaticano.
—¿Entonces…?
—Sí, el objetivo, dicho en palabras sencillas, sería el Papa de Roma, por lo que representa para Occidente. Además se intentaría cumplir con la profecía del último Papa.
—¿Quieres decir que atentarían directamente contra él? —A Virginia le sorprendió la línea que estaban siguiendo—.
—Tal vez, aunque me inclino a considerar que, salga o no indemne, el objetivo de destrucción sería más acorde con crear una sensación de final de los tiempos.
—Así que va por ahí —comentó Virginia con un tono que denotaba cierto aire de tristeza—.
—Eso parece. Y no pasará mucho tiempo sin que ocurra el final de la otra serie.
—¿La J, no? —se adelantó Virginia—.
—Sí, que será Jerusalén.
—Perdona, Andrés, pero Jerusalén siempre ha sido un objetivo para los terroristas —Virginia se sentía algo confusa—. ¿Qué tendría este atentado que lo distinguiese?
—La magnitud de la destrucción, el momento clave. No lo sé. Pienso que ese ya sería el principio del Fin, que en ese momento entraríamos en una vorágine de destrucción que acabaría con todo lo que conocemos.
Virginia se quedó mirando la mirada perdida de Andrés, no quería creer que lo que había contado fuese a ocurrir, pero ya hacía rato que sentía como la intranquilidad se había adueñado de su cuerpo.
Aún así, seguía considerando que era un plan rebuscado en exceso, con demasiados pasos intermedios, que ya puestos lo más sencillo sería…
—Esto, perdóname, Andrés, no te lo tomes a mal —Virginia buscaba las palabras para no herir la susceptibilidad de Andrés—, ¿pero no te parece que sería más sencillo atentar directamente contra Jerusalén en vez de dar tantas vueltas?
—Sencillo sí, no obstante no conseguiría el mismo efecto.
—Explícame eso, Andrés, por favor.
—Un atentado, por destructor que pueda ser, generará confusión, psicosis de miedo, incluso podrá modificar los valores de la sociedad, pero por sí solo no podrá crear la sensación de que se acerca el Fin. Es necesaria una preparación previa, crear el ambiente adecuado para que ese pensamiento se adueñe de la sociedad y, cuando ocurra el atentado, magnificar sus efectos.
—Así que es eso —suspiró Virginia con desazón—. Lo que no veo claro es que esas series, aparte de las iniciales, no tienen mucho en común. ¿Cómo lo ves tú, Andrés?
—Bueno, normalmente al hablar de series buscamos un nexo de unión entre sus elementos.
—¿Y cuál es aquí?
—En principio nos fijamos en las repeticiones. En este caso concreto se intentó con el 11, pero la verdad es cada vez se tenían que hacer diferentes cálculos para encontrarlo, lo que no es coherente.
—A eso me refiero, Andrés —confirmó Virginia—, que no existe la coincidencia que nos querían hacer creer al principio.
—También se podría pensar que todo ese asunto de las fechas sería producto del azar, pero eso sería demasiado simple.
—¿Quieres decir?
—Si listamos los nombres de las ciudades y las fechas, aparecerá una pauta, que es la que marca el lugar y el momento para los atentados.
—¿Y cuál es? —preguntó expectante Virginia.
Un leve gesto de negación fue la respuesta.
—¿Después de toda la conversación que llevamos no me lo vas a decir? ¡Serás…! —Comenzó a exclamar furiosa Virginia—.
—No. No por ahora, Virginia, no es el momento.
Se lo quedó mirando, conocía esa expresión y sabía que ahora no conseguiría nada, solo una discusión que no llevaría a nada bueno. No importaba demasiado, ya le sonsacaría de alguna manera, pero más adelante. O ahora, al menos en parte…
—Por cierto, Andrés —inquirió Virginia con la mejor de sus sonrisas—, habíamos hablado —más bien solo era idea suya, pero eso era lo de menos— de ir a Tierra Santa, ¿te acuerdas?
—¿?
—¿Todavía podremos ir el verano próximo?
—… Sí, supongo que sí —Andrés comprendió que le estaba manipulando, pero se dejó hacer, era la mejor manera de mantener la armonía—.
—Bien, gracias, al menos podremos seguir planeando el viaje con calma —Algo había conseguido, pero todavía quedaba otra cuestión por resolver—. ¿Y ahora qué? Para mí que no puedes ir por ahí contando lo que piensas así como así.
—Lo sé, es complicado. Dudo que me vayan a creer.
—Bueno, nunca se sabe. Se me ocurre una alternativa… —Virginia dejó que la pausa hiciera su efecto en Andrés, ahora era su turno de tenerle un poco en ascuas.
—¡Eh! ¿De qué se trata? —Andrés sintió que le invadía la impaciencia— ¡anda, dímelo!
—Pues que puedes escribir una historia. Y allí podrás incluir esas conclusiones a las que has llegado como parte de la narración.
—¿Pero, entonces…?
—Mira, Andrés, tú no puedes hacer más. Si ahí dentro hay algo importante, entonces llegará a algún sitio y es posible que se tenga en cuenta o, al menos, que se lea y se analice.
 —No sé yo si…
—Espera, hay más. Si llega el momento que ocurre algo de lo que has señalado, ten por seguro que en algún sitio saltará una alarma y alguien volverá a leerlo.
—¿Y…?
—Ya se verá, Andrés, ten paciencia.


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Selin


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