Proyecto de octubre: Especial terrorífico
Retomamos este mes la actividad en "Adictos a la escritura" con la propuesta de un relato que encaje dentro del género de terror, aunque con libertad en el planteamiento.
Por mi parte, he trabajado con una historia que en sus versiones anteriores ha pasado con más pena que gloria por varios concursos, claro que la extensión era mucho más corta: cien palabras o doscientas cincuenta según la convocatoria. Ahora tengo algo más de espacio y puedo mostrar mejor lo que quería contar. Con vosotros:
LA MOMIA
Hacía tiempo que Teodoro Valbuena malvivía en
precario, agarrándose a cualquier cosa con la que sacar unos cuartos que le
permitiesen seguir tirando un día más.
Deambulaba por las callejas del barrio cuando
vio a Ezequiel, que estaba apoyado en la cancela de un edificio decrépito. Era
un tipo malencarado y de mirada oblicua, pero que a veces tenía algún
trabajillo, aunque sólo fuese por cuatro perras, ya que el resto era la parte
que se quedaba.
Se acercó hasta él y le preguntó:
—¿Tienes algo, Ezequiel? Estoy pelado y hace
dos días que...
—Para, tío, no me marees con tus problemas.
—Pero... —calló ante la mirada torva con que
le recorrió de arriba a abajo.
Sintió un mal fario y pensó que lo mejor
sería seguir su camino. Empezó a andar, pero escuchó que le llamaba:
—No tan rápido, ¿quieres trabajar hoy?
—Pues claro —Se volvió enseguida para que no
se le escapase la oportunidad, apartando el presentimiento de su mente—. ¿De
qué se trata?
—Más bien nada —Ezequiel vio como asomaba la
extrañeza en la cara de Teodoro y continuó rápido por si acaso se pensaba algo
raro—. El Cholo está chungo y tú podrías ocupar hoy su sitio en la rambla.
—¿Y qué es lo que hace allí? No sé yo si...
—¡Bah! No te preocupes, es muy sencillo, sólo
tienes que disfrazarte de momia y permanecer quieto mientras van pasando los
turistas y la gente. De lo que dejen en el platillo, un tercio para ti.
—¿Sólo un tercio?
—No te embales que es el Cholo el que te cede
el sitio y él también come. Lo tomas o lo dejas, que ya habrá otro que se
avenga al trato.
—Vale, de acuerdo, pero yo no tengo ningún
disfraz de momia.
—Eso lo ya arreglaremos, venga, vamos antes
de que nos quiten el sitio.
Ambos se pusieron en marcha hacia la rambla.
A mitad de camino, Ezequiel entró en una portería.
—Espera aquí un momento, ahora vuelvo con lo
que necesitaremos.
Al quedarse solo, a Teodoro le volvió el
pensamiento lúgubre que había tenido al principio, pero se desvaneció de nuevo
al ver aparecer por la puerta a Ezequiel, que traía una bolsa de deporte algo abultada.
—Toma, cárgala tú que eres el que tiene que trabajar.
Unos minutos después llegaron a la rambla. Ya
empezaba a estar bastante concurrida. Los transeúntes se diferenciaban en su
paso apresurado de los turistas, que se paraban a contemplar todo lo que les
llamaba la atención, sobre todo otras estatuas vivientes, cada una con un disfraz diferentes, que ya ocupaban sus sitios apalabrados.
Enseguida encontraron el lugar: una
estructura de madera con un frontal en forma de sarcófago.
—Ahí lo tienes, a que impresiona un poco,
¿verdad?
Teodoro se quedó mirando aquello con
aprensión.
—¿Yo tengo que meterme dentro de eso?
—¡Anda este! ¿Qué te pensabas? Venga, démonos
prisa que se hace tarde.
—¿Pero es normal ponerse todo aquí en medio?
—¡Hombre, claro! ¿Tú te imaginas a cualquiera de esos
que venga así disfrazado desde donde viva?
—Dicho así, la verdad es que no mucho.
—Y eso si vienen andando, no te cuento si es
desde más lejos y tienen que venir en el autobús de línea.
No tenía mucha idea de cómo tenían que ser
las vendas y le extrañaba un poco que no fuesen simples gasas, sino que
parecían bastante recias, incluso que tenían algo de yeso en la estructura del
tejido.
—Oye, Ezequiel, ¿de verdad éstas son las
vendas que tengo que ponerme?
—Vamos a ver cómo te lo explico —Ezequiel
veía que tendría que tranquilizarle si no quería que se estropease todo el
plan—. Si usamos esas venditas de nada, en media hora se estarán cayendo y no
valdrá de nada. Con estas el disfraz aguantará el tiempo necesario. ¡Ah! Y
encima estarás más fresco, que no veas lo que calienta el sol cuando llevas
aquí un par de horas.
Al poco rato, Teodoro Valbuena semejaba una
verdadera momia con las vendas cubriendo su cuerpo por completo.
Una vez estuvo listo se introdujo en el hueco
del sarcófago ayudado por Ezequiel, quién le dijo:
—Tengo que hacer un recado, volveré
enseguida. No te preocupes por el platillo, aún tardará en llenarse.
Ezequiel se despidió con una palmada en el
hombro de Teodoro. El yeso había empezado a fraguar. Fue hacia un almacén
cercano. Al llegar, se abrió una puerta, tras la cual había alguien que
permanecía semioculto.
—Ahí lo tienes, Maldonado, todo tuyo —dijo
Ezequiel—. ¿Tienes el dinero?
—Todavía no está preparado y la exposición
abre mañana.
—¿Tú crees que durará mucho? En cuanto
anochezca estará más muerto que vivo.
—Cuando me lo traigas al anochecer, ya
veremos si está a punto —dijo Maldonado, cerrando la puerta.
Al paso de las horas, Teodoro se sentía
mareado. Le faltaba aire y las vendas habían perdido el frescor del yeso húmedo.
Pero no podía hacer nada, ni siquiera gritar. Nada más que esperar a Ezequiel,
que finalmente se presentó al oscurecer.
—Discúlpame, se me ha hecho tarde. Ahora
mismo te saco de aquí y te llevo a un sitio tranquilo—murmuró mientras lo cargaba en la carretilla que había
traído y lo llevaba hacia el almacén.
Teodoro empezó a pensar que su suplicio habría
terminado en unos minutos. Se dijo a sí mismo que nunca más pasaría por eso. Pero no pudo ver
que el almacén pertenecía al Museo de Cera, donde se inauguraba al día
siguiente la exposición “Momias del Antiguo Egipto”.
Selin
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